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Pedro Castillo, una historia que se repite

Casi todos se declaran incrédulos. Se sienten sorprendidos. Se preguntan: ¿Qué pasó? ¿Quién es Pedro Castillo? ¿De dónde apareció? Es la misma actitud que el país tuvo el lejano año de 1980 cuando asomó el terrorismo y nadie podía explicar por qué. Nadie entendía que ese fuego se encendió por los hijos de campesinos que se hartaron de padecer hambre y miseria, y de esa situación se aprovechó Abimael Guzmán para desatar la demencia senderista.

Una gran mayoría se pregunta hoy ¿Cómo es que nadie lo vio venir a Castillo? Es la misma pregunta que todos se hicieron en 1990 cuando un desconocido Alberto Fujimori derrotó sorpresivamente al laureado Mario Vargas Llosa. No lo vieron venir porque en este país no se entiende que los pobres se cansan de tener hambre y miseria y protestan en las urnas.

Si miramos el mapa electoral del 2021 encontraremos que Pedro Castillo suma una amplia cantidad votos en el sur empobrecido y olvidado. Sus votantes no saben de ideologías. Están protestando. Están expresando su rabia contenida. Su desamparo, sus necesidades. Castillo es profesor y le habla a los profesores que por un sueldo mísero trabajan en poblados humildes de clima agreste donde falta la comida y falta una posta médica. Castillo le habla a los padres de los niños que caminan kilómetros para llegar a sus aulas modestas cansados y con hambre. Castillo es un individuo de oscuras ideas radicales que se aprovecha políticamente del desencanto, la rabia y el hartazgo de aquellas poblaciones que hemos olvidado.

Se equivocan quienes afirman que en el Perú se aplican las reglas del liberalismo. No es verdad. Somos el coto de caza de empresarios mercantilistas incapaces de pensar en un país. El Perú, desde hace 200 años, padece la tragedia de tener una clase dominante que desprecia la posibilidad de construir un país y nosotros, como ciudadanos, contribuimos a ello con nuestra pasividad.

La mejor manera de combatir a los radicales de izquierda, sobre todo, a los que como Castillo tienen raíz senderista, no es asustarse cuando aparecen sino entender que no pueden seguir vigentes los combustibles del malestar social: la pésima distribución de la riqueza que acentúa la pobreza; la falta de atención del Estado a la población más necesitada; la ineptitud o el temor para aplicar políticas públicas; la ausencia de institucionalidad y una gran masa de jóvenes cuyas expectativas se frustran.

Existe también otro ámbito que ha mostrado el resultado electoral. La debacle de un esquema de poder que estuvo vigente en estos 20 años, la derrota de un sector que empezó a operar desde que asumió Alejandro Toledo en 2001: los llamados caviares, cuyas tiendas políticas se desplomaron con la escasa votación recogida por Verónica Mendoza, Julio Guzmán, George Forsyth y un ala de Hernando de Soto.

El resultado electoral ha sacudido a este sector que ganó vigencia a través de una insana fórmula política: gritar democracia y ejercer la intolerancia; clamar por libertad de expresión y establecer la manipulación de la información; vociferar por justicia y utilizar a fiscales y jueces.

A lo largo de estas dos décadas, los caviares impusieron esta lógica: o piensas como yo o eres mi enemigo; y si no piensas como yo, te descalifico con ferocidad. En el camino olvidaron lo esencial: que un país necesita propuestas de desarrollo y es imposible combatir la pobreza exigiendo que digamos “les amigues” o “nosotres”. El electorado, que suele ser cruel, dejó fuera de carrera a los representantes del caviarismo y les impuso como alternativa a la figura que más odian, Keiko Fujimori.

No sé si obtendrán lecciones de su derrota pero esperemos que la intolerancia abusiva, la prepotencia del pensamiento único, la imposición de lo “políticamente correcto”, todo eso, tenga, por fin, luego de veinte años, sino un final al menos una pausa.

El elector peruano suele ubicarse en el cómodo balcón del observador; significa que no somos ciudadanos responsables capaces de tener un mínimo de información y responsabilidad. Esta elección nos ha mostrado un ámbito del cual debíamos avergonzarnos. Al igual que en 1980 y 1990, volvemos a estar en el precipicio y nos preguntamos ¿Por qué?

Añadamos otra vergüenza no solamente dejamos avanzar a radicales que buscan destruir lo poco que se ha construido, sino que volvemos a elegir, esta vez como congresista, a un delincuente como Martín Vizcarra, causante de la tragedia mortal por la ausencia de vacunas.

En alguna medida, nos ocurre lo que merecemos.

* Reproducido con autorización del autor

One Comment

  1. Katherine Katherine 13 de abril, 2021

    Excelente análisis

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