Opinión

Entre dragones y águilas: la urgencia de una estrategia peruana ante la guerra económica global

La disputa entre EE.UU. y China ya no es solo comercial: marca una transformación del orden mundial. El Perú, en su doble dependencia económica, necesita actuar con urgencia para no quedar a la deriva.

La globalización que marcó la segunda mitad del siglo XX y las primeras dos décadas del siglo XXI está mostrando signos de retroceso. La guerra económica entre Estados Unidos y China se ha intensificado y -con ella- el mundo ha entrado en una nueva etapa de tensiones geopolíticas y reacomodos estructurales.

Howard Marks, reconocido inversor y cofundador de Oaktree Capital, ha advertido que los aranceles impuestos por Estados Unidos bajo la administración Trump representan el mayor cambio económico que ha presenciado en su carrera. Para Marks, esta política proteccionista está desmontando el orden económico global construido desde la Segunda Guerra Mundial, un orden económico basado en el libre comercio, la eficiencia productiva internacional y la interdependencia económica. En su opinión, estos aranceles podrían generar inflación, aumentar los costos de los bienes para los consumidores estadounidenses y afectar la posición del dólar como moneda de reserva mundial.

En ese sentido, es preciso señalar que este viraje no es solo comercial, sino también estratégico, pues la competencia entre China y Estados Unidos ha escalado del terreno económico al tecnológico, financiero y geopolítico. Si bien muchos analistas ya hablan de una «Tercera Guerra Mundial silenciosa» o “distinta”, pues no se usan armas convencionales, pero sí sanciones, aranceles, restricciones tecnológicas, desdolarización progresiva y bloques económicos enfrentados. China, por su parte, ha comenzado a promover una progresiva desconexión de EE.UU., apostando por el fortalecimiento de su mercado interno, la creación de nuevas rutas comerciales como la Franja y la Ruta [de la que somos parte], y la consolidación de alianzas con otros actores globales como el BRICS.

En ese contexto, surge una pregunta fundamental: ¿Está preparado el Perú para enfrentar este nuevo escenario mundial? La respuesta, lamentablemente, parece -una vez más- negativa.

El Perú es un país profundamente expuesto a esta rivalidad; ya que, por un lado, China es nuestro principal socio comercial, particularmente en el sector minero; por otro, Estados Unidos sigue siendo uno de los mayores inversionistas en sectores claves en sectores estratégicos de nuestra economía. Esta doble dependencia nos coloca en una posición frágil: podríamos ser víctimas colaterales de sanciones cruzadas, de imposiciones tecnológicas o de reconfiguraciones logísticas que no controlamos.

En consecuencia, el Perú necesita con urgencia una estrategia macroeconómica clara, que combine realismo geopolítico y autonomía estratégica. Esta estrategia debería contemplar, por lo menos: i) una política de neutralidad activa, el estilo de la India, que le permite comerciar con ambos bloques sin alinearse de manera sumisa; ii) la protección de sectores estratégicos; iii) la promoción de capacidades tecnológicas propias, reduciendo la vulnerabilidad frente a restricciones externas; iii) Fortalecer las alianzas regionales como espacios de concertación y cooperación [ya se logró antes con la Alianza del Pacífico] y iv) Promover una industrialziación inteligente que permita iniciar el camino de la no dependencia de nuestras materias primas, es tiempo de aprender de las potencias.

Ahora bien, este concepto de neutralidad activa debe entenderse en su verdadero sentido estratégico. No se trata de permanecer pasivos, sino de asumir una posición de autonomía constructiva. A modo de contraste, es preciso recordar el caso de España durante la segunda guerra mundial, pues aunque se declaró neutral, el régimen franquista adoptó una postura de “no beligerancia” que simpatizaba con las potencias del Eje, sin una estrategia geopolítica autónoma ni una agenda de desarrollo nacional clara. Aquella “neutralidad” fue en realidad una subordinación encubierta, que le restó legitimidad internacional y oportunidades económicas en la posguerra. El Perú, por su parte, debe evitar caer en una situación similar.

Seamos claros, si la recesión global se llega a concretar [como ya lo anticipan], podrían convertirse en el catalizador de un nuevo orden mundial más fragmentado y multipolar. El Perú no puede llegar a ese momento sin una hoja de ruta; la neutralidad sin estrategia es solo debilidad, pero una neutralidad con visión puede convertirse en una plataforma de crecimiento inteligente y sostenido.

Entre dragones y águilas, el Perú necesita ser cóndor: observar con altura, volar con firmeza y decidir su propio rumbo en medio de esta tormenta global.


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