“No puedo cambiar el pasado, pero con amor puedo cambiar el futuro”. 50 años después de que su imagen tras un ataque de napalm diera la vuelta al mundo, Kim Phuc Phan Thi, dijo estar en paz con ella misma y con el mundo, pese al sufrimiento que persiste.
¿Su secreto? Una fe fuertemente arraigada al cuerpo, al corazón y al alma, explica a la AFP a su paso por París, adonde acudió para presentar su libro “Salvada del infierno”, editado en francés, y que escribió para contar, precisamente, ese camino espiritual que la llevó a alcanzar una vida serena.
El infierno del que habla es en el que la sumió, el 8 de junio de 1972, una bomba de napalm que cayó en su aldea de Vietnam del Sur.
La pequeña Kim, de 9 años, corre por una carretera, atrapada por las llamas por la espalda, con su ropa reducida a cenizas y la nuca, la espalda y su brazo izquierdo, ardiendo. Un joven fotógrafo de Associated Press, Nick Ut, capturó ese terrible instante. La toma -que le valió al autor el Pulitzer- causó una fuerte impresión y se convirtió en un símbolo de la guerra de Vietnam.
De niña, y luego de joven, su sufrimiento fue doble: físico y psicológico. El físico, inconmensurable, persistió pese a las 14 operaciones y los trasplantes a los que fue sometida en los años siguientes. Pero el psicológico también fue difícil de superar. “Sentía ira, amargura.
No tenía esperanzas, todo era negativo. Pensé en morir, Sabía que no podría vivir así eternamente”, cuenta Kim Phuc, con voz suave.
e”Tenía tantas preguntas, tantos porqués: ¿Porqué yo? ¿Porqué me ocurrió? Necesitaba respuestas”, comenta.
Las encontró en el caodaísmo, una religión sincrética que nació a principios de siglo en Cochinchina (denominación del sur de Vietnam en la época colonial francesa), en la que fue educada. “Era devota pero, al final del día, seguía sin tener paz, sin amor, con el corazón vacío”, explica.
“Un antes y un después”
Cuando habla de sus recuerdos, su permanente sonrisa se crispa en algunos momentos, por culpa de unas emociones difíciles de controlar. Entonces, vuelve a sonreír, se lleva las manos al corazón e, inclinándose levemente, retoma el hilo de su relato.
Cuando tenía 19 años, fue a una biblioteca, sacó todos los libros religiosos y, entre ellos, encontró el Nuevo Testamento. “Fue un antes y un después en mi vida”, señala.