El exministro del Interior Juan José Santiváñez decidió apuntar directamente al líder de Perú Libre, Vladimir Cerrón, hoy convertido en prófugo tras recibir una condena y lo hizo desde X esa plaza pública digital que antes se llamaba Twitter y que, como tantas otras, sirve tanto para el debate como para el escarnio.
El motivo inmediato fue un mensaje de Cerrón en el que manifestaba su respaldo a la congresista María Agüero, quien, en un video difundido, había tildado a la Policía Nacional del Perú y a las Fuerzas Armadas de “genocidas”. Santiváñez, sin ocultar su indignación, replicó que Cerrón era “el menos indicado para hablar de hombría” y le instó a entregarse “como un varón”, en lugar de ejercer la solidaridad desde lo que llamó “alguna guarida”.
Pero el exministro no se detuvo ahí. Ahora, en calidad de jefe de la Oficina General de Monitoreo Intergubernamental del Despacho Presidencial, cerró su intervención con una sentencia que busca resonar más allá del momento: “Aprende a no llorar como un niño lo que no has sabido defender como hombre”. Una frase que, más allá del tono personal, plantea una pregunta inevitable: ¿cuánta autoridad moral tiene quien evade la justicia para dar lecciones sobre coraje y honor?
Al final, este intercambio no es solo un choque verbal entre dos figuras políticas. Es un recordatorio incómodo de cómo, en la política peruana, la palabra “valentía” se pronuncia con frecuencia, pero se practica muy poco; y de cómo la justicia —esa que debería ser un principio y no una conveniencia— se convierte, para algunos, en un escenario del que se puede escapar mientras se sigue pontificando desde la sombra.
