Por Javier González-Olaechea Franco
Uno de los aspectos más relevantes de la Era Disruptiva es que, como lo sostuvo el notable, longevo y fallecido politólogo Giovani Sartori, el homo videns y la imagen son determinantes. Es el gobierno de la videocracia que incorpora el celular a nuestro cuerpo. Retenemos imágenes y palabras como percepciones de la realidad.
Las percepciones son subjetivas. Cuando son compartidas detonan sentimientos y acciones colectivas afines o polarizadas. La política sabe mucho de esto, sus duendes han invadido nuestras casas aprovechando esa individualidad. Padres e hijos suelen discrepar más que antes. La generación Z, menores que los milenials, priorizan experiencias en vez de dinero y carreras.
Construir una imagen toma tiempo, esfuerzo y frecuentemente mucho dinero. Cuando se procede bien, imagen y confianza generan prestigio. Cuando la imagen es portentosa e irradia atributos que apreciamos, la percepción es de una imagen sólida. La pérdida de lo acumulado puede tomar un minuto y hacer un meme, dos.
El cerebro un sistema binario que busca recompensas y rechaza amenazas y está en nuestro subconsciente obrar acorde a dichos estímulos. Financiar la política responde a un estímulo y éste puede ser bueno o malo. Por ejemplo, procurar el bien común o enriquecerse.
Con este prolegómeno, es necesario buscar un equilibrio veraz entre percepción, realidad y contexto y obrar en consecuencia. Es más, resultaría imprudente tirar la primera piedra y muy higiénico echar del templo a los fariseos.
¿A quién puede sorprender los destapes de financiamiento de ciertas campañas?, es percepción y realidad. El ayer asalta el presente. No hemos vestido hábitos ni somos parte de coros celestiales. Las cuantías y el ocultamiento hacen la diferencia por cuanto violaron la norma, pero también la informalidad y la impunidad reinantes en el país son el contexto. Valga la precisión, y que no quepa ninguna duda, explicable no es lo mismo que justificable. Recordemos la cantinflesca frase: “el puente no se cayó, no se desplomó” y hasta ahora no se conocen responsables.
Por ello, urge romper el engranaje del dinero oculto y fuera de la ley, venga del barrio o del extranjero. Hay nuevas normas que rigen el financiamiento de la actividad política pero no las hemos probado. Después de las próximas elecciones parlamentarias complementarias, debemos saber veraz y nítidamente si cumplieron con su finalidad. En caso que no, debemos contrastarlas con aquellas de los países nórdicos, ejemplo de casi todo lo bueno que se puede emular del calvinismo económico. Verdad y austeridad. Mientras no desterremos la media verdad, el cálculo político y el ventajismo económico, la auditoría financiera de la política partidaria será ilusión o seguirá pisando la zona gris de la criminalización desde el hoy poderoso púlpito fiscalizador.