Opinión

Ser “y” humano, tu naturaleza profunda

En estos días decembrinos en los que casi todo el mundo corre tras los aguinaldos, los regalos y las fiestas, cabe hacer un alto para reflexionar sobre los resortes ocultos que impulsan ese afanoso despliegue. Tanto el Año Nuevo como la Navidad son eventos sumamente importantes dentro del calendario; sin embargo, tienen significados opuestos y a la vez complementarios.

En efecto; por un lado, el Año Nuevo nos recuerda nuestra condición humana relativa que nació y que va a morir, que se identifica con un “yo” para existir, que sufre por las experiencias pasadas y se preocupa por lo que ocurrirá mañana, que busca tener y estar con su familia, que acumula bienes materiales para sentirse seguro, etc. Buscamos controlar esa fuerza vital con nuestros deseos, al menos durante el año venidero.

Por otro lado, la Navidad nos conecta con la realización que se alcanza a través del amor y la solidaridad, cuya expresión más sublime se encuentra en la biografía de Jesús de Nazaret. Él nos invita a vivir esta realidad desde la unidad (Uno con el Padre) cumpliendo aquel mandamiento: “ama a tu prójimo como a ti mismo”. El budismo también recuerda esta condición trascendente con esta pregunta ¿Cómo era tu rostro antes de que nazcan tus padres? Cuando, por cualquier vía, reconectamos con esta fuerza espiritual somos lo absoluto, lo trascendente, el presente, la paz incondicional, la iluminación, la vacuidad etc.

En consecuencia, somos tanto lo relativo como lo absoluto, lo profano y lo sagrado o la tierra y el cielo. Asumir que somos esa gran totalidad nos permite acercarnos a lo más alto de nuestro potencial, siendo cada vez más espirituales para ser mejores humanos y mejores humanos para ser más espirituales.