Que la pandemia no nos quite la esperanza
La crisis de liderazgo en la emergencia ha llevado a los peruanos a una situación de incertidumbre y angustia, a vivir en la encrucijada de no contagiarse y al mismo tiempo ponerse en riesgo por tener que buscar el sustento diario, ante el desempleo abrumador de los últimos meses.
La desconfianza desune, siembra soledades. Empero a sabiendas, algunos políticos y “periodistas” asalariados para mentir, pulverizan la ética y lanzan discursos falsos, divisionistas, desestabilizadores que propician el pánico en los más débiles y vulnerables: los adolescentes y adultos mayores. Los llenan de ansiedad y miedos a la soledad.
Las personas mayores han vivido la pérdida y el deterioro funcional. Quienes permanecían en casas de reposo se han visto sometidos a un mayor riesgo y a más estrés, por la proliferación de brotes de la infección en estos centros. Tampoco podemos negar la falta de previsión para vacunar a personas con habilidades diferentes, enfermedades oncológicas o VIH, por ejemplo. Los niños y niñas tienen una menor comprensión de lo que está sucediendo y enfrentan serias limitaciones en comunicar lo que sienten, siendo ellos quienes están más expuestos a abusos de toda índole por el entorno cercano.
Esta pandemia me ha tocado, y lo ha hecho fuerte. Llegar a los 50 años es según dicen algunos, empezar el otoño de una vida. Pero cumplir 50 en época de crisis sintiéndote útil y vigente, le otorga absoluto sentido a nuestra existencia. Como muchos, he debido reinventarme y plantear mil estrategias distintas para poder contener a la distancia. He sabido trabajar internamente para entender que el caos está fuera de mí y eso es ya una conquista. Como psicóloga, he debido poner en el luto inesperado por el virus, una cuota de calma. Aprendí rapidísimo a transitar en la incertidumbre brutal de una manera consiente y ceder ante la aceptación del miedo a que la enfermedad ataque a uno de los míos e incluso a mí misma. Conocer a madres agonizantes con hijos desesperados y sin oxígeno a la mano y aun así, tratar de consolarlos. Eso he debido hacer. Y también abrazar cada decisión como un ejercicio de libertad, porque todo lo que hacemos nos pasa la factura en algún momento. Y quien diga que no, miente.
Me dediqué a recomendar que era muy importante saber qué y cómo comen nuestros hijos, qué ven en la televisión, cómo se comunican y transmiten sus miedos. Cómo apaciguar el encierro en un adulto mayor, qué los motiva o qué los puede sumir en una profunda depresión. Atender a adolescentes con trastornos alimenticios severos por el confinamiento con 12 años y solo 40 kilos de peso, ello además de mencionar que un alto porcentaje de pacientes hospitalizados presenta algún problema psicológico a un mes de superada la enfermedad, trastornos de estrés postraumático, además de correr el riesgo inminente de poder reinfectarse.
Pero en tiempos de crisis hay muchas prioridades. Los pacientes sentían apoyo al ir a un centro, a un hospital de día. Nuestros jubilados ejercitaban hasta el disfrute una vez al mes sendas caminatas hacia los bancos a cobrar su pensión, el hospital a recoger sus medicinas o simplemente respirar aire puro en un parque. Todos estos recursos y alternativas se han visto muy limitados por el estado de alarma, el soporte que tenían ha menguado en consecuencia. A pesar de ello, seguimos alertas y se ha continuado con su atención que es lo importante, aunque en lugar de hacer visitas presenciales la consejería se limitara a contactos virtuales o llamadas telefónicas. Aún con severas restricciones, sentimos la necesidad de crear diferentes mecanismos para que no estén desatendidos y si había una emergencia, hemos buscado formas de manejarlo. Todo a distancia.
También afrontamos una situación más aguda por la crisis económica. Los intentos de suicidio incrementaron tanto en adultos como en adolescentes. ¿Está el sistema preparado para absorber ese aumento de demanda de atención a los problemas de salud mental? La respuesta honesta es no. Lo importante es prever que esto va a suceder y dotar a los servicios que están realizando este seguimiento de más recursos para que se pueda controlar y manejar, elaborando definitivamente un Plan de emergencia que ataque la pandemia y su post desde varios frentes.
Pero como es usual en el Perú, se pensará esto por varias semanas – quizá meses – y las “medidas” se tomarán recién cuando el problema haya explotado y lamentablemente, en la cara de nuestras autoridades. Nadie duda de la huella psicológica y social que la pandemia ya está dejando en la mayoría de la población, siendo ésta intensa, cruel y devastadora.
Mientras tanto, en el Ministerio de Salud cambian autoridades de los viceministerios entre gallos y medianoche. Cambios que me aterrizan hacia una realidad nutrida de desánimo, que me obligan a pensar si prioritariamente la salud de mis pacientes seguirá evolucionando, si los volveré a ver, o si una de mis estrategias inmediatas deberá ser buscar mil y un maneras de cómo re-reinventarme y tratar de recobrar la esperanza en nuestras instituciones. Pero como no sufro de decidofobia, ya está decidido. Yo no me rendiré.
* Licenciada en Psicología (Universidad San Martín de Porres), Especialista en Interculturalidad e Identidades, (UNMSM – INDEPA). Master en Gerencia Pública EUCIM Business School (España).