Un aeropuerto no solo es una ni dos pistas de aterrizaje. Tampoco la torre de control ni los puentes de acceso al terminal y mucho menos el número de mangas. Es eso y mucho más, pues, es una de las infraestructuras críticas más complejas en el ámbito de los servicios. Es un sistema complejo de ingeniería.
Un sistema es un conjunto de eventos que coinciden en un funcionamiento simultáneo, dando como consecuencia una realidad completamente distinta a la que daría cada evento funcionando por separado. Por eso para probar un sistema se requiere de la acción simultánea de los subsistemas que lo conforman. Si no se hace eso, no hay una prueba. Es cualquier cosa, menos un simulacro.
Si el sistema es complejo es, por definición, porque va a haber incertidumbre y esta surgirá como consecuencia del comportamiento de la sociedad, de la tecnología y de la decisión política, entre otros elementos. Una sociedad conformada por usuarios, empleados y gente del mal vivir; una tecnología que se comparte entre las comunicaciones y la logística, entre otros procesos y la decisión política que juega con la oportunidad y los tiempos. Todo eso se da en el caso del nuevo aeropuerto Jorge Chávez, el cual cabe perfectamente en lo que es un sistema complejo de ingeniería.
Pero hay un elemento adicional, crítico en extremo: las propiedades emergentes. ¿Qué es una propiedad emergente? Es aquella que surge en la implementación, funcionando la totalidad de subsistemas y que ni siquiera se vislumbra en la prueba o simulación porque es de carácter impredecible. Es una característica de los sistemas complejos. Y en el caso del nuevo aeropuerto Jorge Chávez van a surgir propiedades emergentes de todas maneras cuando todo opere en conjunto, cuyo impacto es absolutamente impredecible.
La metodología de sistemas complejos recomienda hacer una implementación modular hasta llegar al total de los subsistemas. Eso permite hacer ajustes graduales y en cierta medida ir previendo lo que puede suceder. Así se minimizan, no se eliminan, los riesgos. Pero nada de esto se viene haciendo en el nuevo aeropuerto. En el colmo de la improvisación se piensa hacer un cierre a fines de mayo y unas horas después empezar con las funciones del nuevo aeropuerto. Como si fuera una mudanza de oficinas. Eso es la antesala del desastre. No dudo en afirmarlo. Lo dije en una conferencia en el Colegio de Ingenieros en agosto del año pasado y lo he repetido en noviembre en artículos.
Mientras no se realice una prueba total con el funcionamiento de todos los sistemas en simultáneo, no podemos hablar de una “marcha blanca”. Y no lo es porque el sistema no sufre de un estrés, de exigencias en simultáneo, porque solo se hacen pruebas con una parte mínima de los componentes. No se puede seguir con esta farsa que demuestra el pobre nivel de nuestra ingeniería en el manejo de la complejidad. Ni las facultades de ingeniería ni el Colegio de Ingenieros se pronuncian sobre este tema de total actualidad. Es parte de la debacle que vivimos.
Desde mi punto de vista, no puede haber inauguración del nuevo aeropuerto el próximo primero de junio. Se debe postergar hasta que se pruebe adecuadamente. La sucesión de fallas es previsible y eso, en un contexto de temporada alta, será nefasto para nuestro turismo, la imagen del país y mostrará al mundo nuestro penoso nivel de improvisación. En materia de gestión de riesgos siempre será preferible que la realidad nos desmienta. Pero el costo de no prever siempre será peor.