Opinión

La puerta del baño

La semana pasada conversaba con un amigo, a quien le tengo mucha estima, y me tocó el tema de los baños del Congreso, que tanta polémica y furor han causado en las redes sociales. “¿En qué te molesta?”, me preguntó, “que entren mujeres trans a los baños de mujeres”. Es una válida interrogante cuya respuesta, a veces, se pierde en medio de las pasiones opuestas que movilizan las opiniones en las plataformas digitales. Mi amigo, incluso, me contó que le ofrece un trato de mujer al estilista de su esposa, quien se identifica como mujer. Siento la encomienda de responder estas respuestas, siempre desde la razón.

Primero, establezcamos algunas reglas de juego. Según la teoría de género, una mujer es una persona que dice serlo. Por oposición, la definición de hombre padece el mismo simplismo conceptual. La anatomía, la biología y genética han quedado relegadas a una comprensión arcaica del binarismo hombre/mujer. Según la susodicha teoría, el género es diverso y fluido, sugiriendo la ausencia tanto de una delimitación numérica de géneros como de una constancia que acompañe la dualidad persona/género. Estas ideas presentan una serie de conflictos lógicos que deberían ser evidentes para la mayoría, y en el fondo lo son, pero la cobardía, la indiferencia y el miedo a la censura priman por encima de la búsqueda de la verdad.

  1. Si los genitales de una persona no definen si es hombre o mujer, ¿por qué removerlos o alterarlos significaría un cambio de género?
  2. 2. Si la definición de mujer es “una persona que se identifica como mujer”, ¿cómo puede una persona saber que es mujer si la definición es circular? Si según la comunidad LGBTQQIP2SA hay 73 géneros, ¿no debería haber 73 baños?
  3. (Tal vez habrás pensado que la extensión de las siglas de arriba son producto de un error tipográfico o causados por una intención de mofa, pero no es así. Las letras significan: lesbiana, gay, bisexual, transgénero, queer, questioning, intersexual, pansexual, two-spirited y asexual).
  4. Si hay 73 géneros, ¿por qué solo puede uno cambiar de hombre a mujer y viceversa?
  5. Si hombre y mujer son opuestos, ¿cómo puede una persona identificarse como mujer y hombre al mismo tiempo?
  6. Si los no binarios no se identifican con el binarismo hombre/mujer, ¿no están creando una nueva forma de binarismo entre binarios y no binarios?
  7. Si los menores de edad no tienen el permiso legal para conducir, comprar alcohol o votar, porque dudamos de su capacidad de discernimiento para tomar decisiones racionales, ¿por qué se debe permitir que padezcan terapias hormonales y procedimientos quirúrgicos irreversibles?
  8. Si la susodicha comunidad desvirtúa los estándares de belleza femenina so pretexto de opresión, ¿por qué todos los hombres que dicen ser mujeres buscan asemejarse al mencionado estereotipo? Y lo mismo sucede a la inversa.
  9. Si el género es fluido, basado en la autopercepción y ajeno a estándares de masculinidad y feminidad, ¿qué diferencia a los hombres de las mujeres?

Cuando uno hace estas preguntas, automáticamente viene la misma reacción: “¿Por qué quieres saber?”. El cuestionamiento es el camino a la verdad y, si un grupo de individuos pretende cambiar leyes naturales y escritas, tenemos todo el derecho de elevar estas y todas las interrogantes que puedan surgir en virtud de encontrar respuestas, más aún cuando la encomienda progresista trae consigo el daño irreparable de niños y adolescentes, del hoy y del mañana.

Pero muy astutos los que llevan la bandera de la inclusión. Han logrado normalizar que el cuestionamiento a un grupo demográfico que se autopercibe como víctima sea en sí mismo un acto de discriminación. La verdad ya no está dada por la vía de la razón, sino por la pasión. Una pasión iracunda que tiene como propósito cohesionar a un grupo de personas bajo el manto del enemigo en común: la normalidad.

La semana pasada (y hasta ahora) los centros de adoctrinamiento, otrora llamados medios de comunicación, han desfilado por las redes sociales criticando la defensa de la cordura. La República, Wayka, Perú21, Epicentro y otros más han salido al ataque coordinado, cual hienas, criticando la exigencia del sexo biológico para ingreso de servicios higiénicos. Siempre repitiendo o mismo: “fascistas, retrógrados, fanáticos religiosos, intolerantes”.

Ahora, volviendo a la pregunta que me hizo mi amigo: “¿en qué te molesta?”. Me molesta porque se está escabullendo una ideología de daño y muerte con la careta de tolerancia e inclusión. Me molesta porque esta nefasta ideología se enseña en colegios y universidades como verdad absoluta y se enseña también a los alumnos a no cuestionarla.

El desacato a la imposición es hoy una muestra de ofensa. Esta ideología no solo trae consigo postulados negativos para la integridad de las personas, sino que amolda a los niños a bajar la cabeza y los reduce a una forma de ganado, ensimismados en acusar a sus pares cuando muestren señal de rebeldía. La señalización del desacato se ha convertido en una forma de alardeo moral y forma de sobresalir.

Validar la ideología de género a ciegas, como se pretende hacer, busca normalizar el comportamiento de estos individuos a través de la victimización. Si a usted, lector, que es padre, abuelo o pretende serlo algún día, le preocupa la integridad de los suyos, tiene que entender que el permiso del comportamiento inmoral del individuo no es una “virtud liberal” como algunos pretenden esbozar en nombre de la libertad. Este comportamiento sí tiene un efecto pernicioso en la sociedad porque su normalización funge de ejemplo para aquellos más impresionables. Toda acción tiene una reacción y el individuo moldea la sociedad con su comportamiento.

La puerta del baño está entreabierta. No solo para que ingresen hombres al baño de mujeres, sino para que se cuele un decálogo de postulados que, mientras lleven la máscara de la inclusión, no podrán ser desacatados.