La gente de antes, enseñaba con el ejemplo el hábito del trabajo, y la progenie aprendía la dignidad del pan inmaculado en la mesa.
Ser pobre en el conteo de monedas, era el privilegio de quienes no tenían que responder por el origen de la opulencia que enfatiza a la clase pudiente.
Generalmente la riqueza se confundía con el concepto medieval del amo que era reconocido como dueño de vidas y haciendas.
Los nobles, con patente certificado y bendecido por los representantes de Dios en la tierra, eran mantenidos por las aportaciones que los recaudadores, respaldados por guardias armados, recaudaban entre los siervos, en tiempo de cosecha.
Hoy, los recaudadores cobran cupo y envían a sus sicarios para ajustarle las cuentas a los rebeldes, que se atreven a resistirse ante las amenazas que reciben como advertencia. Siendo, evidentemente, más eficaces y contundentes que la Sunat peruana, a la hora de aplicar la coerción estipulada en las leyes.
El trabajo, es mal visto por la arrogancia de los revolucionarios, enhebrados en una red de falsías marxistoides, siendo denostado como un mal social que conduce al capitalismo liberal, salvo que, el estipendio sea abonado por el Estado.
La ideologización en la economía, ha llevado al poder mundial, a países como China y Rusia, que hoy compiten hegemonía, con la tercera potencia representada por “occidente”, que se debate dando bastonazos de ciego, llevando sobre sus hombros el sobreendeudamiento con el que han financiado sus errores administrativos.
No importa qué régimen económico impere, sin embargo, para recuperar el valor que tiene el trabajador, entendiéndose como tal a quien ejerce una actividad para procurar la satisfacción de sus necesidades y las de su familia.
Honor y gloria a quienes se ganan el pan honestamente, con sacrificio y esfuerzo, y, sobre todo, entregando sus dones y talentos para servir al prójimo, sin que medie imposición que viole su voluntad.
¡FELIZ DÍA DEL TRABAJADOR!