La historia de David y Goliat es una de las más conocidas de la biblia. El libro de Samuel nos narra la guerra que emprendieron los filisteos en contra del pueblo de Israel. En este contexto, el gigante Goliat, un guerrero filisteo, reta al ejército israelita a una lucha hombre a hombre para definir cuál de los dos pueblos se llevaría el triunfo y esclavizaría al perdedor.
David, quien era un joven pastor, se ofrece para enfrentar a Goliat. A pesar de la oposición inicial del rey Saúl, éste finalmente acepta que David luche en representación del pueblo de Israel en vista de la gran fe en Dios que tenía el primero. David vence a Goliat al tirarle una piedra con su honda que hiere a Goliat en la frente. Una vez que este cae al piso, lo decapita, alzando la cabeza cercenada del gigante en señal de victoria.
La guerra que libraron Israel e Irán hace unas semanas, es similar a la historia de David y Goliat. Israel es un país diminuto mientras Irán es uno de los más grandes y poderosos de la región. Mientras Israel tiene una población de 10 millones, la de Irán supera los 92 millones de personas. El territorio de Israel es casi del tamaño del departamento de Ica, tiene 22,145 kilómetros cuadrados. Irán es 74 veces más grande con 1´648,000 kilómetros cuadrados.
Durante años el régimen iraní amenazó a Israel con su completa destrucción. Para dicho fin, tenían un programa de desarrollo nuclear, que Irán alegaba era para fines de uso civil. Sin embargo, las agencias de inteligencia de Estados Unidos e Israel sostenían que el verdadero propósito de las instalaciones nucleares iraníes era enriquecer suficiente uranio para desarrollar armas nucleares.
Hace dos semanas, el gobierno de Benjamín Netanyahu decidió acabar de una vez por todas con la espada de Damocles que pendía sobre ellos desde hace muchos años y atacó las instalaciones nucleares de Irán. El ataque no se dirigió a colegios, hospitales, centros civiles iraníes, sino que con precisión milimétrica se atacó objetivos militares de ese país.
Como era de esperarse, el régimen del Ayatolá Ruhollah Jomeini respondió los ataques enviando cientos de misiles y drones a Israel, que impactaron de manera indiscriminada en medio de las principales ciudades israelitas. Mientras que Israel trataba de limitar el número de bajas en la población civil iraní, el ejército iraní buscaba infligir el máximo daño en los habitantes de Israel.
En medio de este conflicto, que tuvo el potencial de extenderse a otros países de la región y traer inestabilidad mundial, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, decidió atacar las instalaciones nucleares de Irán. Trump ordenó al ejército de su país, que atacara las tres centrales nucleares iraníes utilizando misiles y bombas especialmente diseñadas para destruir instalaciones subterráneas llamadas MOP, penetrador de municiones masivas, por sus siglas en inglés. Estas bombas fueron lanzadas por bombarderos supersónicos B2 sobre las instalaciones de Fordow, Natanz e Isfahán. Además de estas bombas, Estados Unidos lanzó 30 misiles Tomahawk desde submarinos que se encontraban en la zona.
A pesar de las declaraciones del régimen iraní que afirmaba que el daño a sus instalaciones nucleares era mínimo y que atacaría intereses norteamericanos en la región como respuesta a la agresión sufrida, lo cierto es que cuatro días después aceptaron un alto al fuego total con Israel negociado justamente por Estados Unidos.
Hoy en día la prensa caviar critica a Israel por atacar las instalaciones nucleares de Irán, país que por años ha jurado con borrar al estado judío del mapa y financiado grupos terroristas en la región del medio oriente cuyo único fin es la destrucción de Israel. Otro tanto ataca a Estados Unidos por apoyar a Israel, la única democracia en el medio oriente y defensor de los valores judeo-cristianos en ese rincón del mundo.
Recordemos las palabras del presidente Ronald Reagan:”Hoy hicimos lo que teníamos que hacer. Contaban con que América fuera pasiva. Contaban mal“.
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