Opinión

Crisis alimentaria, guerra, cambio climático y agua

Me llamó mucho la atención el Informe de Naciones Unidas sobre el “Impacto global de la Guerra en Ucrania sobre el Acceso a los Alimentos, Energía y Servicios Financieros – Brief Nº 2” el cual fue publicado en Junio del 2022 y en el cual se menciona que este conflicto armado afectará mucho a todos los países, sobre todo a los más vulnerables.

Este informe menciona que “el aumento de los costes energéticos, las restricciones comerciales y la pérdida de suministro de fertilizantes de la Federación Rusa y Bielorrusia han hecho que los precios de los fertilizantes suban incluso más rápido que los de los alimentos. Muchos agricultores, y especialmente los pequeños, se ven así obligados a reducir la producción, ya que los fertilizantes que necesitan son más caros que los granos que venden. Lo más importante es que las nuevas plantas de fertilizantes tardan al menos dos años en entrar en funcionamiento, lo que significa que la mayor parte del suministro actual de fertilizantes es limitado. Debido a este problema clave de los fertilizantes, la producción mundial de alimentos en 2023 podría no ser capaz de satisfacer la creciente demanda. El arroz, uno de los principales alimentos básicos que hasta ahora tiene precios bajos debido a la buena oferta, y que es el alimento básico más consumido en el mundo, podría verse significativamente afectado por este fenómeno de disminución del acceso a los fertilizantes para la próxima temporada”.

Pero no solamente esta conflagración es la causante de esta situación estresante. La guerra en Ucrania, las interrupciones en la cadena de suministro, las continuas repercusiones económicas de la pandemia del COVID-19, los fenómenos naturales extremos y el acceso más difícil al agua están revirtiendo años de avances en materia de desarrollo y haciendo que los precios de los alimentos alcancen máximos históricos. El aumento de los precios de los alimentos tiene un mayor impacto en las personas de los países de ingresos bajos y medios, ya que gastan una mayor parte de sus ingresos en alimentos que las personas de los países de ingresos altos. Los actuales precios récord de los alimentos han desencadenado una crisis mundial que llevará a millones de personas más a la pobreza extrema, magnificando el hambre y la malnutrición, al tiempo que amenaza con borrar los avances en materia de desarrollo conseguidos con tanto esfuerzo.

El Informe de Actualización de la Seguridad Alimentaria del Banco Mundial de Agosto del 2022 menciona que “la inflación de los precios internos de los alimentos sigue siendo elevada en todo el mundo. La información de abril a julio de 2022 muestra una inflación elevada en casi todos los países de renta baja y media; el 92,9% de los países de renta baja, el 92,7% de los países de renta media-baja y el 89% de los países de renta media-alta han registrado niveles de inflación superiores al 5%, y muchos de ellos experimentan una inflación de dos dígitos. La proporción de países de renta alta con alta inflación también ha aumentado considerablemente, y alrededor del 83,3% experimenta una alta inflación de los precios de los alimentos”. Situación que será más crítica en el 2023 y en el 2024.

Como si esto fuera poco, el cambio climático golpeó nuevamente en 2022 con una sequía sostenida en todo el mundo, desde Europa a China, pasando por EE. UU. y África, y esto ha generado un efecto dominó que afecta desde la escasez de energía hasta la grave inseguridad alimentaria. Las sequías son una combinación de precipitaciones especialmente escasas y temperaturas elevadas. Entonces cuando las temperaturas suben, el agua se evapora más rápidamente, y el agua superficial “desaparece” lo cual limita las actividades humanas y productivas y cuando los agricultores tienen menos agua, tienden a producir menos alimentos, y al producir menos alimentos los precios de los alimentos suben, incluso más de lo que ya lo han hecho. Con ello, las verduras, como la lechuga y el brócoli, podrían sufrir un gran golpe, al igual que la soja, el trigo, y otros productos dependientes de agua en cantidad como el arroz, los cuales se producirían en menor cantidad.

Esta situación es aún más preocupante porque un estudio del USNCAR (Centro Nacional de Investigación Atmosférica de Estados Unidos) del 2009 ya nos mostraba que un tercio de los 925 ríos analizados había perdido entre el 10% al 30% de su volumen de agua de manera permanente en los últimos 50 años. Entre los cuerpos de agua afectados se encuentran el Río Amazonas en América del Sur, el río Amarillo y el Mekong en China, el Ganges en la India, los ríos Colorado y Columbia en Estados Unidos y el Río Níger en África Occidental, todos los cuales abastecen a grandes poblaciones, así como muchos otros ríos más pequeños que están “desapareciendo”. La reducción de la escorrentía (es decir el agua de lluvia que circula libremente sobre la superficie) está aumentando la presión sobre los recursos de agua dulce en gran parte del mundo, especialmente aquellos con una mayor demanda de agua a medida que aumentan la población y los intereses económicos. Sin embargo, no existe en la actualidad un sistema de monitoreo que pueda proveer información diaria sobre el volumen de agua en cada uno de los cuerpos de agua del mundo y que permitiría planificar mejor su uso. Un sistema de satélites que mida la disponibilidad de agua de cada río y lago del mundo incluyendo el sistema de libre acceso a esta información costaría según el IRD (Instituto de Investigación para el Desarrollo) entre USD$ 250 a USD$ 300 millones, y cuyos beneficios superarían ampliamente esta suma.

La sequía extrema y la “perdida” de agua están generando que los precios de muchos insumos agrícolas suban de precio y ello podría hacer que por ejemplo en Italia el precio del aceite de oliva y el arroz de risotto aumente un 50% en los próximos 2 años. En Francia, debido a las restricciones hídricas, la cosecha de maíz será en 2022 entre un 20% a un 30% menor que la del 2021, situación que probablemente empeoraría en el 2023 y el 2024. Un estudio del Instituto McKinsey del 2020, dedicado a medir el impacto del cambio climático en los alimentos, estima que solo los fenómenos climáticos causarían al 2030 la desaparición del 20% de los granos que constituyen la canasta alimentaria.

En resumen, y sin ánimo de ser alarmista, pero sobre todo con la idea de prepararse para el futuro, se viene una crisis alimentaria. Los países deben prepararse para poder guardar alimentos para su población y maximizar la producción y almacenamiento agrícola. Es importante que el mercado empiece a ofrecer alternativas alimentarias, como por ejemplo, granos altoandinos, o productos amazónicos, que consumen poca agua y que tienen abundantes vitaminas. Necesitamos igualmente darle un nuevo enfoque a la gestión del agua en el mundo y dejar de verla como un elemento exclusivamente nacional, cuando su importancia y el impacto de su gestión tienen un impacto global. Con más de 2 mil millones de personas sin agua potable y saneamiento, la reducción global del acceso a los alimentos golpeará más fuerte a los que menos tienen. Tenemos muy poco tiempo para evitar esta crisis en 2023, en la que tendremos tanto un problema de acceso a los alimentos como de disponibilidad de estos. La continuación de la guerra en Ucrania, el cambio climático y el reducido acceso al agua incrementará los ya altos precios de los cereales y de fertilizantes, y la disponibilidad de alimentos se reducirá en el peor momento posible, y la actual crisis del maíz, el trigo y el aceite vegetal podría extenderse a otros alimentos básicos, afectando a miles de millones de personas más, sobre todo a las más pobres.

(*) Coordinador de Programas, International Secretariat for Water, Montréal, Canada