La inteligencia artificial se ha vuelto parte de nuestra vida cotidiana, desde los asistentes virtuales hasta los generadores de texto, todo no hace creer que “piensa” o “entiende” lo que decimos, pero en la realidad eso no ocurre ya que la IA no posee consciencia ni comprensión, solo ejecuta cálculos matemáticos basados en datos previos.
Para entenderlo mejor veamos un ejemplo sencillo: Si alguien le pide a la IA: “dame un sinónimo de la palabra ‘feliz’”, el sistema no reflexiona sobre lo que significa la felicidad ni lo asocia con emociones humanas, lo que hace es buscar patrones estadísticos en enormes volúmenes de texto y calcular cuál es la palabra más probable que suele aparecer como equivalente y es por eso que responde: “contento”, “alegre” o “satisfecho”; aquí la elección no proviene de una reflexión, sino de probabilidades.
Otro ejemplo aún más ilustrativo es cuando alguien le dice a la IA: “quiero desaparecer del mundo”,una persona comprendería el trasfondo emocional y se preocuparía por lo que respondería con empatía. En cambio la IA no entiende el sufrimiento ni el contexto; lo que hace es predecir cuál es la respuesta más probable que las personas esperarían ante esa frase. No es más que estadística pura y álgebra lineal disfrazada de conversación.
Estos ejemplos muestran que la aparente “inteligencia” de la IA a la que muchos temen es solo el resultado de cálculos masivos y bien entrenados.
La ilusión de comprensión se debe a la fluidez con la que genera texto pero bajo la superficie no hay ideas propias, ni emociones, ni compresión mucho menos experiencia.
En definitiva, la IA no piensa ni siente: predice. Y esa diferencia es crucial para que no confundamos a una máquina que opera con patrones con la riqueza irreemplazable de la mente humana.