Los lunes suelen cargar con la fama de ser pesados, pero la forma en la que arrancamos el día puede marcar toda la semana. No se trata de magia, sino de pequeñas decisiones que generan un efecto dominó en el ánimo y en la productividad.
Un buen inicio empieza incluso antes de que suene la alarma. Preparar el domingo por la noche lo básico —como dejar lista la ropa o anotar las prioridades del lunes— ayuda a reducir el caos de la mañana. Dormir un poco más temprano también es clave para despertar con energía.
Ya en el amanecer del lunes, conviene regalarse un respiro antes de sumergirse en las pantallas. Un café tranquilo, un estiramiento o unos minutos de música pueden cambiar el humor del día. Algunos prefieren arrancar con una frase positiva o simplemente recordar algo por lo que están agradecidos; esos gestos sencillos ponen la mente en otra sintonía.
El secreto está en empezar con lo más importante. Atender primero la tarea que exige más concentración libera la sensación de “carga” y hace que lo demás fluya con menos presión. A lo largo de la jornada, las pausas breves para moverse o hidratarse no solo son saludables, también ayudan a mantener la claridad mental.
Y cuando el lunes llega a su fin, lo más recomendable es reconocer los avances, aunque no se haya completado todo. Esa pequeña celebración funciona como combustible para los días siguientes. Después, nada mejor que desconectarse un rato y hacer algo que relaje: leer, caminar, conversar.
Comenzar la semana con buen pie no es cuestión de suerte, sino de hábitos que, poco a poco, convierten los lunes en aliados en lugar de enemigos.