En un mundo donde las redes sociales muchas veces convierten la gastronomía en una competencia sin sentido, es importante recordar que la cocina no se mide en medallas, sino en identidad, y si de identidad se trata la cocina peruana tiene una historia que contar y sabores que compartir con orgullo.
Desde las alturas de los Andes hasta las costas del Pacífico, el Perú ha construido una de las gastronomías más ricas y diversas del mundo; no por moda, no por marketing, sino porque cada plato es el resultado de siglos de mestizaje, memoria colectiva y creatividad.
No hay una “mejor” cocina en el mundo ya que cada país tiene sabores únicos, productos autóctonos, técnicas heredadas y formas distintas de relacionarse con la tierra y con la mesa; eso es precisamente lo que hace que la gastronomía sea una expresión cultural tan poderosa. Sin embargo, hay cocinas que logran posicionarse globalmente gracias a su capacidad de dialogar con el mundo sin perder su esenciay la peruana es una de ellas.
A lo largo de los últimos años, restaurantes como Central, Maido o Kjolle han sido reconocidos entre los mejores del planeta, y chefs peruanos como Virgilio Martínez, Pía León y Mitsuharu Tsumura han llevado el sabor del Perú a los cinco continentes; pero detrás de esos nombres están también las manos de cocineras tradicionales, pescadores, campesinos y migrantes que han enriquecido cada receta y la han hecho evolucionar sin perder su alma.
Platos como el ceviche, el ají de gallina, la pachamanca o el lomo saltado no solo deleitan al paladar: cuentan historias; hablan de un país que ha sabido mezclar lo indígena, lo español, lo africano, lo chino y lo japonés con una maestría que pocos han logrado. Hablan de resistencia, de adaptación y de orgullo.
Por eso, cuando ciertas páginas en redes sociales intentan ridiculizar la cocina peruana, es fundamental responder con claridad: no hay superioridad gastronómica, solo diversidad que merece respeto. La cocina es cultura, y ninguna cultura merece burla.
Perú no compite, comparte. Porque cuando un país se sienta a comer, lo que pone sobre la mesa no es solo comida: es historia, es identidad y es futuro.