Otro joven asesinado en plena calle. Otra familia destruida. Otro crimen que confirma lo que ya todos sabemos pero que las autoridades siguen negando: el Estado ha perdido el control del país.
Esta vez fue Álex Estrada Bolívar, un mototaxista de 27 años que simplemente volvía a casa después de hacer unas compras. Fue acribillado con al menos cuatro balazos a plena luz del día, en el Asentamiento Humano Huáscar, a metros de su vivienda. El sicario lo interceptó y desapareció impunemente. ¿Y el famoso estado de emergencia? ¿Dónde están los resultados?
San Juan de Lurigancho lleva meses bajo una medida que el Gobierno insiste en llamar “respuesta firme” contra la delincuencia. Pero la verdad es que lo único que ha cambiado es el discurso. La gente sigue muriendo igual. Los sicarios siguen operando como si nada. La población vive atemorizada. La impunidad es la única constante.
¿Para qué sirve un estado de emergencia sin inteligencia, sin prevención y sin justicia? Lo que estamos viendo es puro maquillaje. Una puesta en escena con uniformes, patrullas y anuncios grandilocuentes que no salvan vidas ni devuelven la tranquilidad a los barrios. Mientras tanto, los ministros posan para la foto, los generales dan conferencias, y los políticos se echan la culpa entre ellos.
Esto no es solo un crimen, es un síntoma del colapso. El asesinato de Álex no ocurrió en la madrugada ni en una zona remota. Fue a la 1 de la tarde, en una calle habitada, en uno de los distritos más grandes de Lima. Y, como en tantos otros casos, lo más probable es que no haya justicia.
La población ya no espera que el gobierno actúe: espera que no estorbe. Que no subestime su inteligencia con cifras manipuladas ni discursos vacíos. Que no siga firmando decretos que suenan bien en Palacio pero que no sirven de nada en las calles donde la sangre sigue corriendo.
Hoy no murió solo un joven trabajador. Murió un poco más la credibilidad del Estado. Murió la esperanza de los que aún creían que algo podía cambiar.