La capital ucraniana vivió uno de sus peores momentos desde que comenzó la invasión rusa hace más de tres años. Una andanada de misiles y drones cayó sobre varios distritos de Kyiv, en lo que las autoridades han calificado como el bombardeo más intenso desde el inicio del conflicto. Al menos una persona perdió la vida y 26 resultaron heridas, entre ellas un menor de edad.
Los ataques dejaron un rastro de destrucción: edificios residenciales calcinados, vehículos destrozados y barrios enteros sumidos en el caos. Bomberos y equipos de rescate trabajaron durante horas para sofocar incendios y rescatar a los heridos de entre los escombros.
En medio de este panorama, el presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy sostuvo una llamada telefónica con el mandatario estadounidense Donald Trump, a la que calificó de “muy importante y productiva”. Según Zelenskyy, ambos discutieron el fortalecimiento del sistema de defensa aérea de Ucrania, la posibilidad de fabricar armamento de forma conjunta y las opciones diplomáticas para poner fin a la guerra.
Por su parte, al ser consultado por periodistas, Trump se limitó a decir: “Tuvimos una muy buena llamada, creo”. Sin embargo, fue más reservado sobre una posible resolución del conflicto: “No lo sé. No puedo decirles si eso sucederá o no”.
Mientras tanto, la ayuda militar de Estados Unidos a Ucrania continúa parcialmente suspendida, afectando la entrega de misiles defensivos clave. Europa, por su parte, analiza cómo llenar ese vacío. Zelenskyy ha reiterado que su país trabaja en fortalecer su industria armamentística local, aunque reconoce que se trata de un proceso que no se resuelve de la noche a la mañana.
Este nuevo ataque evidencia que, lejos de apaciguarse, la ofensiva rusa se intensifica, y pone a prueba no solo la capacidad de resistencia de Ucrania, sino también la voluntad política de sus aliados.