Más de cincuenta días después, la cuarentena como estrategia cerrada y obligatoria, se desmorona irrefrenable. Ni la curva de contagios se ha achatado ni el martillo oficialista ha forjado un sistema hospitalario digno. Las estadísticas tramposas, (que mezclan pruebas heteróclitas, sub-registran fallecidos y comparan países burdamente), no pueden ocultar el incremento de la pandemia: segundo en América Latina y décimo tercero en el mundo.
El Gobierno es impermeable a estos hechos. No se altera con el clamor de médicos y enfermeras desamparados. Nada dice sobre el tugurio hospitalario. Es ajeno al sufrimiento de los que mueren sin atención. Adopta el cinismo que se reitera en sus monólogos matutinos. Triunfalismo vacuo, petulante y ridículo, sostenido en espurias encuestas y la auto-amordaza de la prensa. Intransigencia que ensordece las críticas e indispone el enmendar rumbos. Terquedad para corregir errores evidentes y ampliamente denunciados.
Asistimos al serio peligro que el coronavirus derive en crisis política. En una insubordinación generalizada, cuyos primeros síndromes serían el desborde social objetivo (desacato al confinamiento ordenado) y tensiones agudizadas en la Policía, los Penales, la Salud Pública, etc. Vizcarra y sus ministros empiezan a perder el control. Las cosas se le escapan, sus directrices se cumplen menos y mal, las demandas poblacionales no encuentran cauce. La crisis política tiende a volver al país ingobernable, en un futuro no lejano.
Un Gobierno cada vez más errático debe ser cambiado. Las inmunidades presidenciales y las circunstancias no aconsejan destituir a Vizcarra. Pero sí a su equipo ministerial encargado de “la dirección y la gestión de los servicios púbicos” (Art. 119º de la Constitución). Al ser el Presidente inimputable, los Ministros cargan la responsabilidad correspondiente (Art. 128º).
Pero allende la juridicidad, el Gabinete Zeballos es impresentable. Su incompetencia se manifestó desde septiembre del 2019. Y en siete meses fue nueve veces remendado a la carrera. Se ahogan en un pestilente ambiente de inoperancia y corrupción. No es difícil descalificarlos. Siendo incomprensible el por qué Vizcarra da pábulo a semejante morralla.
¡Exijamos su cuarentena política!. De no haber respuesta le toca al Parlamento, recientemente elegido, censurarlos o negarles la confianza. El Perú, en esta dramática coyuntura, necesita Ministros de verdad, no badulaques lisonjeros. Contar con un equipo profesional, solvente y respetado por todos –de ancha base como se dice– será el giro de timón para la buena ruta y la condición para recuperar la confianza de la Nación.