Opinión

La batalla por el relato

La política también es la batalla por el relato, por las narrativas, por la explicación. Es «la batalla por saber quién cuenta los hechos y los instala como verdadero», decía Gustavo Gonzales director de Perfil.

Lo sucedido días atrás con Manuel Merino y Francisco Sagasti representa exactamente lo que queremos sostener. A ambos los eligió el mismo Congreso, en una situación similar y con casi los mismos votos que le otorgaban la tan sonada legitimidad.

No obstante, a Merino le pasó una aplanadora mediática y Sagasti tuvo el consenso de los grandes medios tradicionales.

No se confunda estimado lector. No digo que la batalla por el relato sea exclusivamente peleada contra los medios de comunicación. No son los medios el enemigo ni el adversario. Si ello sería cierto entonces los partidos políticos se convertirían en televisoras y programas de radio y hasta ahí llegaría la política.

Mi aproximaciones es la siguiente: la clave está en lograr convencer. Gramsci decía que una sociedad no solo se dirige con la fuerza sino con la aceptación como en el centauro de Maquiavelo.

Que los ejecutivos de las grandes empresas, supuestamente los más informados y cultos, tuiten y marchen pidiendo la salida de Merino por «corrupto y golpista» a pesar de que el hombre no es ni lo uno ni lo otro demuestra que de momento la batalla por contar lo que sucede la ganaron los otros. Aún más, si como decía líneas arriba, tanto Merino como Sagasti fueron elegidos por el mismo Congreso entonces ambos deberían tener el mismo tratamiento.

En el viejo marxismo se creía que la estructura generaba una superestructura. Y en el liberalismo económico había una fórmula que si una sociedad crecía a un rango de PBI por un puñado de años, surgía un no retorno. Es todo lo contrario. No existe el determinismo económico. La superestructura es la que manda. Marx se equivocó de nuevo.

La batalla por el relato se pelea entonces allí, en la superestructura, en la cultura. La renuncia a la batalla cultural es entonces la aceptación de la derrota.

El gran problema de abandonar la batalla ideológica y cultural es que se termina perdiendo siempre y para siempre. Y el que gana se lleva todo, se convierte en hegemónico. Su forma de contar, su explicación del mundo, sus valores, sus costumbres se convierten en universales. Quienes se resisten son solo los tradicionales, los antimodernos. Entonces el culto e informado CEO de un gran banco puede decir que las protestas contra el Congreso que elije a Merino son un derecho porque todos son corruptos, pero no llama a protestar contra el mismo Congreso si se elije a Sagasti.

Quizá en el Perú no solo se haya perdido la batalla cultural, sino existan otros elementos que el mainstreem de la academia de ciencias sociales se niegue a reconocer: que existe el clasismo y el racismo, que abonan las grietas entre los dos Perús. Sagasti blanco, culto, moderno. Merino cholo, sin educación y provinciano.

¿Cómo sabemos quién ganó y quien perdió? Cuando algunos pueden decir quién es ladrón y quién no. Quién es corrupto y quién no.

Pero la batalla por el relato es una operación política. Por eso la solución no es lanzarse contra los medios, sino hacer política de la más pura. Para eso se necesita políticos. He allí el problema.