Opinión

¡Haya Vive!

Para la generación actual, ha de resultar difícil creer que líderes políticos como Víctor Raúl Haya de la Torre hayan existido. El grupo etario de jóvenes peruanos está compuesto por unos 2,5 millones de votantes, de los cuales tan solo el 3% estudia y el resto está sumido en trabajos precarios, informales o simplemente carece de oportunidades que les permitan pensar en el futuro que contemple algún día, tener una vejez digna. Quizá a estos mismos jóvenes les parezca imposible que haya existido una generación política que a su misma edad, no hiciera realpolitik sino más bien se la jugase por el Perú y por todos aquellos que en ese momento eran no solo pobres, sino que vivían y experimentaban las condiciones más miserables que podamos imaginar: desde el pongo hasta la sirvienta de una casa (porque antes no había empleadas sino sirvientas, mujeres que desde muy niñas eran obligadas a trabajar por pocas monedas), así, racializados y disminuidos, analfabetos, los yanaconas, por ejemplo, eran condicionados a trocar su libertad por un pedazo de tierra, comprando todo lo que se vendiese en el tambo a precios exorbitantes, ese era el Perú de las primeras décadas del siglo XX,  compuesto por ciudadanos de segunda clase, para quienes la república era una palabra utópica y hasta sombría.  

Con Víctor Raúl Haya de la Torre, estuvieron siempre el sabio Antenor Orrego, los hermanos Manuel y Juan Seoane, los Poetas del Pueblo, grupo compuesto por los Bolaños y la icónica Magda Portal junto con su hijita Gloria del Mar, presa a los 7 años, líderesas regionales valientes como Carmen Rosa Rivadeneira o abogadas jovencísimas como Virginia Eyzaguirre, a quien las abogadas del Perú contemporáneo deben el poder ejercer su profesión con plena libertad, jóvenes como Heysen, Sánchez, Sabroso, Idiáquez, López Aliaga, quienes tenían mucho que perder y que, en no pocos casos, vieron desaparecer su patrimonio, su juventud y hasta su familia, por sus ideales políticos.  

Con Haya, con las Universidades Populares Manuel González Prada, con los comités apristas que impulsó el APRA por todo el Perú, con ese élan vital que poseían los y las miles de apristas que hoy se pierden en el anonimato y nos toca recuperar, las masas empezaron a incursionar en la política de forma distinta, más organizadas, pensando en sus verdaderas necesidades e hicieron posible lo imposible, darle vida a un partido, un lugar donde se iba a leer, discutir, hacer ejercicio, aprender sobre retórica, literatura, filosofía, cantar, escribir, tomar chocolate, comer salchipapas y estudiar ¡desde niños! Así, la idea de la “familia aprista” es la de la familia en la que todos se comprometen políticamente, el partido y de incontables maneras Haya, fue el padre presente de cientos de miles de niños y jóvenes, en un país donde la paternidad bien ejercida es casi siempre, extraña. Hoy, 2 de agosto de 2025 conmemoramos, recordamos, pero especialmente recuperamos el mensaje del peruano más ilustre del siglo XX, pero también el más vilipendiado, perseguido, exiliado y a quien se le vetó la presidencia varias veces. 

El presente de nuestro país es álgido, pero esa no es una realidad extraña para nosotros. Solo que esta vez no enfrentamos una guerra con otra nación, ni a una crisis económica global que nos obligue a justificar cualquier sacrifico, hoy no tenemos excusa, para señalar con certeza que la corrupción campea en todos lados y la violencia nos golpea de manera profunda. Vivimos desorganizados, nuestro partido ya no atraviesa una crisis de corta duración, sino un problema estructural que me inclino a pensar se acerca a las tres décadas. Ningún dirigente antiguo o contemporáneo ostenta un libro propio, es más, la cultura es percibida con recelo y hasta fastidio, los que se atreven a reflexionar, son temidos o ignorados: entre la francachela y el libro… Esa situación sería normal en otros partidos, pero en el APRA post Haya resulta vergonzosa.

Tener locales propios se ha vuelto un problema para los apristas, cada dirigente considera ser dueño de lo que con esfuerzo lograron los sacrificados apristas desaparecidos. Se venden los activos, los terrenos donados, se usufructúa de las clínicas sin rendir cuentas a nadie, hemos perdido la noción de lo que es un balance, una auditoría externa; se exhiben sin vergüenza, las faltas ortográficas y de redacción en la página web institucional; se realizan cantatas y juegos artificiales en el local partidario de Alfonso Ugarte mientras las rajaduras y mal estado hieren la vista de todos los que amamos la Casa del Pueblo. El APRA se ha convertido en el partido de las. misas y plazas como Acho llenas…no por la tesitura del discurso doctrinario de algún dirigente bien preparado, sino por la tonada de los hermanos Yaipén. Nosotros, considerados alguna vez la reserva moral del Perú, convertidos en la reserva musical que entona a gritos: ¡No voy a llorar!    

Haya no era un santo, sino más bien un ser humano con un espíritu elevado, de esos que aparecen cada medio siglo, que se impuso a sí mismo y a su generación la gran tarea de reflexionar y actuar. Se atrevió a dejarnos no una sino inmensas lecciones: la política no es el todo vale, hay que construir, hacer obra pública, la ética a veces no alimenta, pero nos permite mirar de frente a nuestros contrincantes o enemigos, sabernos superiores y útiles, esenciales para ese niño o joven a quien otros quieren quebrar moralmente; un buen aprista debe ser temido, será siempre una amenaza para los corruptos, incultos y especialmente los cómplices de cualquier estulticia.  El problema, es que ya no hay tantos buenos apristas, se están muriendo, compañeros y compañeras que lo dieron todo, TODO a cambio de nada, porque nada lo era TODO para ellos, era la ciudadanía para los otros, era la lucha por la república y la democracia funcional.

Son tiempos en que la cultura es temida o hecha de lado, un amigo, dirigente nacional, ya fallecido, escribió con desesperanza, que la generación del veinte fue única y ya no habrá otra igual. Yo digo que no, estamos extraviados pero no muertos, mientras siga vivo un solo aprista, que realmente valore el legado de sus ancestros políticos, habrá esperanza, porque Haya no vive en los genes de sus descendientes, sino en cada oportunidad que tenemos de liberar a los peruanos y peruanas de la ignorancia política, esa que deja que aspiren a la presidencia los lobistas abogados de las empresas chinas corruptas y que se quieren hacer dirigentes a la fuerza o los dueños de universidades convertidos en mercenarios de la educación otorgando títulos al peso, quienes repiten que son “una raza distinta”, o las banales que solo piensan en cirugías y como pueden librar el juicio y una condena buscando un fiscal a su medida. 

Haya vive, en ti, sí, tú, en lo más profundo de tu conciencia, obligándote a no voltear la mirada ante un hecho injusto, educándote, autogobernándote moralmente. Sí, Haya vive, en el último de los peruanos que busque cambiar las reglas del juego por otras más justas, en el esfuerzo por no ser mediocres, en la voz que se escucha y propone, incluso si es disonante, acusada de no ser fraterna, porque para Haya y su generación, fraternidad no era complicidad, fraternidad era humanidad y valor para soñar un mundo, otro mundo, urgente, uno mejor, aquí y ahora.


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