Cada vez más estudios científicos revelan los riesgos ocultos de las cocinas a gas natural, presentes en millones de hogares en todo el mundo. Lejos de ser inofensivas, estos aparatos emiten una serie de contaminantes peligrosos para la salud, incluyendo dióxido de nitrógeno (NO₂), monóxido de carbono (CO), formaldehído y partículas finas.
Uno de los efectos más preocupantes es su relación directa con el asma infantil. Según investigaciones recientes, los niños que viven en casas con estufas de gas tienen un 42 % más de riesgo de presentar síntomas de asma y un 24 % más de probabilidad de ser diagnosticados con esta enfermedad a lo largo de su vida.
A pesar de su impacto, la calidad del aire en interiores no está regulada por agencias como la EPA, que solo vigilan la contaminación exterior. Sin embargo, organismos como la Junta de Recursos Atmosféricos de California (CARB) han presentado evidencia contundente de los daños provocados por estas cocinas, y recomiendan una transición progresiva hacia aparatos eléctricos, especialmente los de inducción.
“El hecho de que estas estufas de gas contribuyen a elevar el NO₂ es indiscutible”, señaló Brady Seals, investigador del Rocky Mountain Institute.
La situación se agrava en hogares con poca ventilación o en espacios reducidos, como apartamentos, donde cocinar por solo una hora puede superar los niveles legales de NO₂ establecidos para el aire exterior. Algunos incluso usan el horno como fuente de calefacción en invierno, lo que multiplica los riesgos.
Además, datos globales revelan que la contaminación del aire interior estuvo asociada a la muerte de casi medio millón de recién nacidos en 2019, sobre todo en países en vías de desarrollo donde se usan combustibles sólidos como leña o estiércol para cocinar.
Aunque las cocinas eléctricas pueden representar un mayor costo inicial, aportan beneficios significativos en salud y calidad del aire. Diversas organizaciones en EE.UU. y Europa ya han empezado campañas para promover su adopción.