La intención del Gobierno peruano de adquirir una nueva flota de aviones de combate ha generado debate como suele ocurrir con cualquier inversión de gran escala, pero más allá de las polémicas del momento la decisión tiene fundamentos sólidos que van más allá del simple gasto: responde a una necesidad estratégica que el país ha postergado durante demasiado tiempo.
La Fuerza Aérea del Perú opera hoy con aeronaves como los Mirage 2000 y los MiG‑29, adquiridos en las décadas de los 80 y 90, estos aunque han sido útiles y se han mantenido operativos con esfuerzo técnico ya no ofrecen las capacidades necesarias para enfrentar los desafíos actuales en materia de defensa y en un entorno regional y global cada vez más complejo, seguir confiando en tecnología desfasada es un riesgo que no podemos permitirnos.
La renovación de la flota no implica una carrera armamentista, como algunos sugieren, sino una actualización razonable para mantener el mínimo nivel de disuasión y preparación.
La defensa aérea no solo protege el espacio nacional frente a amenazas externas, también permite una mejor respuesta ante situaciones de narcotráfico aéreo, desastres naturales y emergencias que requieren capacidades logísticas rápidas y efectivas.
Además la adquisición de modelos como el Gripen E, por ejemplo, incluye propuestas de transferencia tecnológica lo que podría marcar un punto de inflexión para la industria peruana; esto no solo dinamizaría el empleo técnico y especializado sino que permitiría al país ganar independencia en materia de mantenimiento, ensamblaje y, eventualmente, innovación. No se trata solo de comprar, sino de aprender, desarrollar y crecer.
Es importante recordar que la inversión en defensa no es incompatible con las prioridades sociales, un Estado responsable debe ser capaz de garantizar salud, educación y seguridad al mismo tiempo y la idea de que solo se puede invertir en uno u otro es una falsa disyuntiva. La seguridad nacional no puede quedar relegada, porque sin estabilidad y soberanía, ningún otro esfuerzo social puede sostenerse en el largo plazo.
En lugar de rechazar la compra de aviones de combate como un despilfarro, deberíamos verla como lo que realmente es: una inversión de largo plazo para proteger al país, fortalecer sus capacidades estratégicas y dejar atrás una dependencia tecnológica que nos vuelve vulnerables. Modernizar la Fuerza Aérea no es un capricho, es una muestra de visión y responsabilidad.