Hemos escuchado y leído muchas veces que el estrés es una de las principales causas de enfermedades. Pero su impacto va más allá: también puede generar conflictos internos, afectar nuestras relaciones, disminuir nuestra productividad y alterar nuestra capacidad de atención. En realidad, es un virus tan perjudicial como el COVID-19, con la diferencia de que sus efectos se manifiestan silenciosamente con el tiempo, desgastándonos poco a poco. Vivir en un estado de estrés permanente, durante años (pocos o muchos), nos vuelve más propensos a padecer diversas enfermedades.
Este virus emocional, cuando se mantiene en el tiempo, ataca directamente nuestro sistema nervioso, pudiendo desencadenar depresión, ansiedad, crisis de angustia y otros trastornos. La secreción crónica de cortisol, la hormona del estrés, puede dañar diversas estructuras del cerebro y, como consecuencia, afectar todo nuestro organismo.
Al principio, la palabra «estrés» nos sonaba a una moda pasajera. Muchas veces (me incluyo) la usábamos con ligereza: “Mis hijas me estresan, el trabajo me estresa, el tráfico me estresa, mi pareja me estresa”. Sin darnos cuenta, fuimos cayendo en una espiral que nos envolvía en este estado dañino. Y lo peor es que, cuando tomamos conciencia de ello, puede ser demasiado tarde.
El estrés crónico puede ser letal, contribuyendo a enfermedades graves como ataques al corazón, derrames cerebrales y cáncer, e incluso puede llevar al suicidio o la violencia. Puede desgastar tanto a una persona que la lleve a una crisis nerviosa final, en algunos casos, con consecuencias fatales.
Tomando el control: cómo manejar el estrés
Ante esta realidad, debemos actuar. Manejar el estrés no es sencillo, pero ignorarlo tampoco es una opción. El primer paso es detenerse un momento y evaluar cómo nos está afectando a nivel emocional, físico y mental. Luego, debemos tomar acción y elegir herramientas que se adapten a nuestras necesidades.
El estrés es parte de la vida y, en dosis moderadas, ha sido clave para la supervivencia humana. Sin embargo, el problema surge cuando se convierte en un estado constante. Por eso, quiero compartir contigo algunas estrategias que me han ayudado a mitigarlo:
- Agradecer al despertar. Apenas abro los ojos, me tomo un momento para agradecer por un nuevo día. Ser conscientes de que cada día es un regalo nos ayuda a valorar el presente.
- Meditar. Ya sea en la mañana o en la noche, dedicar unos minutos a la meditación me ayuda a calmar la mente. Puede ser en silencio, con mantras o con meditaciones guiadas online.
- Hacer pausas y estiramientos. Cada 30 o 60 minutos dejo la computadora, me estiro y miro por la ventana. Las pausas son esenciales para mantener el equilibrio.
- Practicar actividad física. Estiramientos (Streching), Yoga, pilates, baile, deportes o cualquier otra actividad que te haga sentir bien. El movimiento es vida.
- Disminuye el ritmo de tus acciones diarias. Actividades básicas como comer, beber, ducharse o vestirse se han convertido en una carrera contra el tiempo. Hacemos todo con prisa, en un estado de alerta constante, sin darnos cuenta del impacto negativo que esto tiene en nuestra salud. Tómate tu tiempo, haz cada acción con calma y permite que tu cuerpo y mente respiren.
Sé que al leer esto podrías pensar: ¿Y con qué tiempo? ¡Eso me estresa aún más! Pero justamente, lo primero que debemos gestionar es el tiempo. Dedicarnos momentos a nosotros mismos no es un lujo, sino una necesidad. Puedes empezar con una sola actividad y, con el tiempo, notarás cómo se integran naturalmente en tu rutina.
A veces buscamos excusas (nos pasa a todos), pero tomar acción es clave para recuperar el control de nuestra salud. Manejar el estrés no significa eliminarlo por completo, sino aprender a gestionarlo para que no nos consuma.
Objetivo para hoy: elige una pequeña acción para comenzar. Recuerda: no te abrumes, da un paso a la vez.
* Comunicadora Social, Consultora de desarrollo personal